Como la luna pálida y les astros
Al viajador cansado, errante, solo,
Con prestado fulgor en vano alumbran,
Lo mismo al alma la Razón. Si aquellas
Erráticas lumbreras nos descubren
Lejano espacio, pero no el camino
Que allá conduce, la Razón al hombre
Región más bella en lontananza anuncia,
Sin enseñarle de salud la senda;
Y cual se apagan las estrellas, cuando
Asciende á este hemisferio el rey del día,
Tal cuando la alma. Religión al mundo
Vierte luz y calor, su débil llama
Humilla la Razón y desparece;
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¡Dios misericordioso! Tú preparas
Guía infalible á los falibles juicios.
En abismos de luz velado centro
Es tu trono; relámpago de gloria
Veda á los ojos penetrar tu esencia.
¡Oh, enséname á adorar tu ser oculto!
¡Baste á mi entendimiento lo que al hombre
Revelar te dignaste, y no pretenda
Audaz salvar el límite prescrito!
¡Guíe mis pasos solamente aquella
Maestra universal, á quien gloriosa
Promesa hiciste que faltar no puede!—
Mi descuidada juventud anhelos
Vanos alimentó. Mi edad madura
Por falsos resplandores fascinada,
Corrió tras ellos. Cuando huyó el señuelo,
Mi espíritu soberbio, de sí mismo
Sacó ilusiones para nuevo engaño.
Tal fué, tal és mi natural vicioso;
¡Tuya la gloria, la vergüenza mía!
Mas cesaron las dudas; y ya sólo
Consagrar debo á la virtud mis fuerzas.