I No fue una reina de las Españas, fue la alegría de una majada. Trece años cumple para la Pascua la cabrerilla de Casablanca. Su pobre madre sola la manda todas las tardes a la majada. Lleva ropillas, lleva viandas y trae jugosa leche de cabras. Vuelve de noche, porque es muy larga, porque es muy dura la caminada para un asnillo que apenas anda, ¡Qué miedo lleva! Pero lo espanta con el sonido de sus tonadas. Canta con miedo, de miedo canta. ¡Son tan profundas las hondonadas y tan espesas todas las matas!... ¡Son tan horribles las noches malas, cuando errabundas aullando vagan lobas paridas por las cañadas con unos ojos como las brasas!... ¡Son tan medrosas las noches claras, cuando en los charcos cantan las ranas, cuando los buhos ocultos graznan, cuando hacen sombra todas las matas y se menean todas las ramas!... Los viejos hombres de la majada la quieren mucho porque es tan guapa, porque es tan buena, porque es tan sabia. Pero a un despierto zagal de cabras, que cumple trece para la Pascua, no sé con ella lo que le pasa, que algunas veces, al contemplarla, se pone trémula su barba pálida y entre sus párpados tiemblan dos lágrimas... Nadie ha sabido que la regala dijes y cruces de Alcaravaca de bien pulido cuerno de cabra. Cuando ella viene con la vianda ¡le da más gusto!... ¡Le da más ansia, le da más pena cuando se marcha!... ¡Como que toda la noche pasa llorando quedo sobre la manta sin que lo sepan en la majada! II ¡Ay, pobre madre, cómo gritaba, despavorida, desmelenada! ¡Ay, los cabreros cómo lloraban, apostrofando, ciegos de rabia! ¡Cómo corrían y golpeaban con los cayados peñas y matas! ¡Y eran muy pocas todas las lágrimas que de los ojos se derrumbaran! ¡Y eran pequeñas todas las ansias y las torturas de las entrañas! ¿Quién nunca ha visto desdicha tanta? ¡La cabrerilla de Casablanca por fieros lobos ¡ay! devorada! Sangre en las peñas, sangre en las matas, ¡la virgencita, desbaratada! Todo en pedazos sobre la grava: los huesecitos que blanqueaban, la cabellera presa en las matas, rota en mechones y ensangrentada... Los zapatitos, las pobres sayas todas revueltas y desgarradas!... Loca la madre, que miedo daba de ver los rayos de sus miradas, de oir los timbres de sus palabras, y el cabrerillo de la majada mudo y atónito temiendo estaba con los ojazos llenos de lágrimas, despavorido como zorzala de un aguilucho presa en las garras. ¿Cómo los árboles no se desgajan? ¿Cómo las peñas no se quebrantan, y no se enturbian las fuentes claras y no ennegrecen las nubes blancas? Ya vienen hombres con unas andas, con unos paños, con una sábana; los despojitos en ella guardan y se los llevan a Casablanca. Y al cabrerillo nadie lo llama, pero él camina tras de las andas mirando a todos con la mirada de herido pájaro que en torno vaga de los verdugos que le arrebatan el dulce nido donde habitaba. ¡Ay, virgencita de Casablanca! ¡Ay, cabrerillo de la majada! III Su padre silba, su padre llama, porque el muchacho deja las cabras junto a las siembras abandonadas y en los jarales oculto pasa tardes enteras, largas mañanas... ¿Qué es lo que hace? ¿Por qué se guarda? Pues es que a solas las horas pasa, pule que pule, taja que taja, llora que llora, ciego de lágrimas... que dos veneras finas prepara de bien pulido cuerno de cabra, porque una noche quiere llevarlas al camposanto de Casablanca...
Elegía
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