A Modesto Chávez Franco
Las interrogaciones con que, en horas fatales,
queremos sondear la Esencia Verdadera,
son voces a la Esfinge siempre muda, señales
en la sombra que nadie ve de la otra ribera.
Sí; de nuestro dolor sólo perdura
el eco sollozante a merced de la brisa.
¡Ay de ese cuyos diarios vino y pan de amargura
no endulzan besos, canto o femenil sonrisa!
Bien sabemos que el polvo retornará a la tierra,
pero la carne a la vida se aferra.
¡y qué temor, oh, cielos, por nuestra leve arcilla!
¡Detente!, le decimos al minuto que pasa...
¡Y cuando por nosotros vienen de la otra orilla,
gimiendo abandonamos la miserable casa!