Así cuando el alcázar del Olimpo, el soberbio Mimante y los Titanes, hórridos hijos de la dura tierra, escalar intentaron, y de Atlante el grave Pelïón agobió el hombro; cuando cien lanzas blandeó Briareo, de Encélado la mano poderosa, arranca sierras y montañas lanza contra el sagrado cielo, y ni el tremendo rayo que Jove por los aires vibra no le amedrenta, ni el feroz bramido del Noto por Eolo desatado, ni las olas que heridas del tridente de Neptuno las tierras anegaban; no el reluciente casco de Mavorte, no le asustan de Apolo las saetas; de Apolo que a la sierpe en otro tiempo traspasó el cuerpo duro con mil flechas, y en angustia rabiosa exhaló el alma en negra podre y en veneno envuelta. Tres veces tiembla la morada augusta de las deidades: Venus y las Gracias a lo último del cielo huyen medrosas; las otras diosas siguen: los amores se acogen a sus brazos, o en sus senos se esconden, temerosos del peligro.
Así cuando el alcázar del Olimpo
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