• Erraba por la orilla del malecón desierto,
    interpretando el ritmo de la onda bulliciosa.
    Las brisas matinales aromaban el puerto,
    el alba despeinaba su cabellera rosa.

    Y, al rumor apagado de la ronca sonata,
    sentí una sangre nueva circular por mis venas,
    sangre bermeja digna de un corazón pirata,
    o de un moderno Ulises, pescador de sirenas.

    Y...