Tu beldad seductora me convida
con un mundo de dicha y de placer:
pero yo, en cambio, a tu serena vida
sólo puedo dolores ofrecer.
¡Ah! no juntes tu suerte con mi suerte,
ve que te diera mi destino horror:
mi amor, señora, es el dolor, la muerte;
huye por Dios de mi fatal amor.
Digno no soy de tu beldad celeste,
no merezco tu puro corazón...