• A don Juan Valera

     

     Rugió la tempestad; y yo, entretanto,
     del monte al pie, la faz sobre la palma
     vertiendo acerbo inextinguible llanto,
     quedé en su pena, adormecida mi alma;
     cuando cesó el sopor de mi quebranto,
     limpio estaba el azul, el viento en calma...
     ¡y con asombro...