¡Ay! No vuelvas, Señor, tu rostro airado
a un pecador contrito.
Ya abandoné, de lágrimas bañado,
la senda del delito.
Y en ti, humilde, ¡oh mi Dios!, la vista clavo,
y me aterra tu ceño;
como fija sus ojos el esclavo
en la diestra del dueño.
Que en dudas engolfado, hasta tu esfera
se alzó mi orgullo ciego,
y cayó aniquilado cual la...