• Cuando llegaba yo al extremo del arrabal, a los destellos del gas sentí que un brazo se escurría suavemente por debajo del mío, y oí una voz que al oído me decía:

    -Es usted médico, ¿verdad?

    Miré; era una chica alta, robusta, de ojos muy abiertos, con ligero afeite; sus cabellos flotaban al viento, como las cintas de su gorra.

    -No, no soy médico. Déjeme pasar.

    -Sí....