• Sus ojos se entornaron; sobre los blancos hielos
    de las altivas cumbres agonizaba el sol;
    y de las densas brumas tras de los amplios velos
    quedó flotando, a solas, inmóvil, en los cielos,
    el lívido cadáver del último arrebol.

    La luna, como un arco de nívea luz cuajada,
    subió con lento paso del infinito en pos;
    y entonces, reclinando la frente...