Surgió tu blanca majestad de raso,
toda sueño y fulgor, en la espesura;
y era en vez de mi mano -atenta al caso-
mi alma quien oprimía tu cintura...
De procaces sulfatos, una impura
fragancia conspiraba a nuestro paso,
en tanto que propicio a tu aventura
llenóse de amapolas el ocaso.
Pálida de inquietud y casto asombro,
tu frente declinó...