• ¡Oh, cómo te miraban las tinieblas,
    cuando ciñendo el nudo de tu abrazo
    a mi garganta, mientras yo espoleaba
    el formidable ijar de aquel caballo,
    cruzábamos la selva temblorosa
    llevando nuestro horror bajo los astros!
    Era una selva larga, toda negra:
    la selva dolorosa cuyos gajos
    echaban sangre al golpe de las hachas,
    como los miembros de...