En las riberas vagando de la mar, las verdes olas mira Argelina y contando las horas que van pasando vierte lágrimas a solas. Sus lindos ojos de cielo en el horizonte fija, por ver si encuentra un consuelo ¡mas ay!, que es vano el anhelo que su corazón cobija. Su amante le dijo allí desde su buque velero: «Aguarda Argelina aquí: Que si hoy dejarte prefiero, mañana vendré por ti.» Y entera la noche larga que silenciosa corría vio pasar; pero en su impía, crüel desventura amarga no vio que su bien volvía. Y el día también llegó: Mas fue que llegara en vano, que el bien que ansiosa esperó, consuelo del mal tirano, por el mar no pareció. Y allí todavía está mirando a la mar movible, por ver si la mar le da lo que tal vez imposible para Argelina será. Y viendo al fin reducidas sus esperanzas en nada, viendo en el viento esparcidas, las ilusiones perdidas, su bienandanza frustrada; mirando al bien que se aleja con su fugitivo encanto, dijo en tristísima queja: «¿Por qué tan sola me deja, cuando yo le amaba tanto? ¿Por qué si tras él corrí? ¿Por qué si hasta aquí llegué? ¿Por qué si tanto esperé a verle más no volví? ¿No comprendió que sin él, fuera un tormento mi vida, donde guardara escondida llena una copa de hiel? ¡Adiós, ventura de un día! ¡Adiós, delicia soñada, donde he mirado estampada toda la esperanza mía! ¡Ya nunca más te veré, que el rudo penar que siento me irá consumiendo lento, y de dolor moriré! ¡Adiós, hermosa ribera donde mi esperanza dejo ya para siempre me alejo de tu orilla placentera. Mas si viniendo él aquí oyeras su dulce canto, contéstale, dile cuánto, cuánto por él padecí!...» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Ya su vivienda tornando supo después que olvidada fue de su amante, y postrada no resistió su dolor. Y encerrándose en la tumba tanta belleza en un día nadie pensó que moría ¡de un desengaño de amor!
Un desengaño
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