Salud, ¡oh valle hermoso!
Albergue de placer, donde dichoso
entre sueños espléndidos de amores,
vi deslizarse un día,
cual se desliza el agua entre las flores,
los dulces años de la infancia mía.
Valle umbroso, salud: hoy el viajero
tu abrigo lisonjero
busca ansioso con ávida mirada,
bendice la quietud de tus vergeles,
y reclina su frente ensangrentada
a la sombra feliz de tus laureles.
Aquí esta la montaña, allí está el río;
allá del bosque umbrío
la silenciosa majestad se admira;
allí el lago retrata el firmamento;
la fuente, más allá, lenta suspira,
y agitando los sauces gime el viento.
Allí la cruz está donde, inspirado,
el bien del desgraciado
imploraba con místico cariño,
elevando a los cíelos mis plegarias,
y estas agrestes rocas solitarias
las mismas son que amé cuando era niño.
Pero es otro el rocío, otra la brisa
que hoy el abril te da con su sonrisa;
otras las rosas son de encanto llenas
que brillan entre el césped de tu alfombra,
y otras, y otras también las azucenas
que crecen a tu sombra.
Cual las olas que pasan suspirando
los años van pasando;
un instante con flores se embellecen,
un punto brilla su fulgor mentido,
y al fin se desvanecen
en las oscuras sombras del olvido.
¿En dónde están ahora aquellas rosas
tan puras, tan hermosas?...
Están, ¡oh valle!, donde está la calma
de aquellos bellos días tan risueños;
en donde está mi amor, gloria del alma,
y en donde están también mis dulces sueños.
Yo era feliz aquí; yo me adormía
en plácida alegría,
por la dulce inocencia acariciado,
sin más amor que tú, sin otro anhelo
que amar tus flores y cruzar tu prado,
cantar tus fuentes y mirar tu cielo.
Una tarde las aves se alejaban,
y al ver como volaban,
sentí el alma agitarse en ansias locas
y quise, como el águila atrevida,
cruzar las selvas, dominar las rocas,
y aspirar otro ambiente y otra vida:
Y al huracán seguí; y al ver el mundo
sentí en el corazón horror profundo;
anhelé las tranquilas soledades
donde feliz reía,
y sentí que mi espíritu oprimía
la atmósfera letal de las ciudades.
Gozo y placer busqué, gloria y ventura;
y sólo hallé amargura,
inquietudes y afán, tedio y congojas;
del viento del dolor al soplo ardiente,
cual de tus bellos árboles las hojas,
se secó la guirnalda de mi frente.
En vano allí busqué la dulce calma
y el casto amor del alma:
sólo en la multitud con mis pesares
me confundí gimiendo,
y apagóse perdido entre el estruendo
el tímido rumor de mis cantares.
Esquivando el furor de la tormenta,
cual ave voy que el huracán ahuyenta,
y ansioso busco ahora
en tu silencio plácido y tranquilo,
el apacible asilo
donde al menos en paz el alma llora.
También, ¡oh valle!, a marchitar tus galas
la airada tempestad tiende sus alas;
tus flores huella y con furor se agita
marchitando sus vívidos colores...
¡Dichosas esas flores
que el huracán marchita!
Lejos contemplo ya la infancia mía,
y muy lejos la tumba todavía;
oculto afán me mata,
mi destino en la tierra es muy incierto,
y lúgubre a mi vista se dilata
inmenso el porvenir como un desierto.
Sin oír una voz dulce y querida,
solo estoy en el valle de la vida,
cual el ciprés doliente
que en eterno abandono se consume,
sin guirnaldas de hiedras en su frente,
sin que le dé una flor grato perfume.
Nadie piensa en mi amor, nadie me mira,
nadie por mí suspira;
tan sólo la tristeza con mis dolores gime,
y entre sus brazos trémula me oprime
y reclina en su seno mi cabeza.
E1 alma ardiente que en mi afán seguía
dulce hermana inmortal del alma mía,
me niega su ternura,
y sin oír mi queja,
insensible a mi amarga desventura,
sin enjugar mis lágrimas se aleja.
Ya que en vano la llamo cariñoso
para cruzar con ella el bosque umbroso,
para contarle amante mi querella
y dividir con ella mi alegría,
para soñar con ella
esta sombra de amor que dura un día.
A lo mejor gozar el alma quiere
en el sueño ideal que nunca muere,
del infinito anhelo
en que Dios le revela su destino,
la esperanza feliz del bien divino
con que existen las almas en el cielo.
Aquí morir quisiera
al rumor de tu brisa lisonjera;
pero ¡ay! delirio, mi ansiedad es vana
y el soplo sigo del destino airado...
¡Quién sabe en dónde me hallaré mañana!
¡Quién sabe en dónde moriré ignorado!
Queda en paz, dulce valle, umbroso asilo,
donde existe tranquilo,
plácido albergue de mi amor primero.
Ya va el sol ocultando sus fulgores,
y adiós te dice el infeliz viajero
empapando en sus lágrimas tus flores.