Indica hermosa del Antisana,
virgen del claro, lindo raudal,
a ti gacela, tarde y mañana,
remedio pido para mi mal.
¿Padeces? Duro pesar me aqueja,
tengo en el pecho yo no se qué:
cabritos, vaca, pacos, oveja,
todo, cuitado, todo dejé.
Y ahora vengo montes y valles
doquier llenando con mi gemir;
tedio a la aldea, tedio a sus calles
tengo, y al bosque pláceme huir.
Allí, al arrullo de las torcaces
mezclo sentido mi yaraví;
y ellas me dicen: «Hualpo, ¿qué te haces
siempre llorando? ¡Pobre de ti!».
Hasta del Ande las rudas peñas
pueden mis ayes enternecer...
Breves pasasteis, horas risueñas,
y ya me siento desfallecer.
¡Ay pobrecillo! (cómo suspira;
a mi alma mueve la compasión).
¡Hualpo!, recobra tu ánimo y mira
cómo te abates, fuerte varón.
Fiero te he visto con la turpuna
bando enemigo desbaratar;
y ahora ¡vergüenza!, que una por una
lágrimas tuyas vea brotar.
-Cora hechicera, cúlpame en vano,
cuando está enfermo mi corazón;
tócale, trae tu blanda mano,
¿oyes?, se agita, tienes razón.
¡Qué mal, oh Cora! Mal repentino;
lánguida miro, Hualpo, tu faz.
-Mal que me mata, mal que me vino
para quitarme mi dulce paz.
Pluguiera al Inti padre amoroso,
que ya en la tola durmiese, y ¡oh!
antes que... ¡Triste! ¿tu mal odioso
podría acaso curarte yo?
Tú solo puedes, púdica Cora,
júrame hacerlo. -Tengo temor.
-¿Callas? -Lo juro: dímelo ahora.
¿Qué mal? -Morirme por ti de amor.