Al tirano Dioniso, con la daga
en la toga, Damon llegó furtivo.
La fiel guardia en tropel lo hizo cautivo.
«¿Qué pretendías con la daga? ¡Habla!»
dice el monarca con sombría rabia.
«¡Del cruel tirano a la ciudad librar!»
«Con tu vida en la cruz lo has de pagar.»
«Estoy,» dice el reo, «presto a morir,
no preciso implorar por mi existencia,
pero tengo que rogaros clemencia,
tres días de prórroga os he de pedir,
que a mi hermana a su esposo pueda unir;
ofrezco a mi amigo leal de garante,
mátalo si yo faltara infamante.»
Pérfido, el rey comienza a sonreír
y dice cuando la situación mide:
«Tres días concedo como se pide;
recuerda bien que al cesar de regir
el plazo, si no vuelves, a morir
él va por seguro, pero a ti dado
el justo castigo, él será indultado. »
Y acude a su amigo: «Decreta el rey
que sea crucificado para así
saldar el delito que cometí,
mas tres días me concede por ley
por que a mi hermana casar pueda ver
siempre que bajo su poder tú quedes
hasta que, una vez libre, yo regrese. »
En silencio a su buen amigo abraza
y ante el cruento tirano se presenta;
Damon a su larga ruta se enfrenta.
Visto el rito que a los suyos enlaza,
el tercer sol sus rayos aún no traza
cuando parte con presuroso paso
con inquietud por no faltar al plazo.
Mas aparece una lluvia incesante,
aguas furiosas de los montes bajan
y airados torrentes las tierras sajan.
En la orilla parado el caminante,
ve el puente ceder al agua bramante,
con gran fragor de trueno que amedrenta
la bóveda de su arco se revienta.
Vacila en la orilla, anda sin consuelo:
su mirar en la distancia le hiere
y grandes voces de pesar profiere.
No hay barca alguna en tamaño revuelo
que lo porte hasta el anhelado suelo,
ningún barquero por él va a bogar;
la feroz corriente se torna mar.
Anclado en la orilla llora e implora,
a lo alto, a Zeus, sus manos dirige:
«¡Temple el tumulto que tu poder rige!
El sol ya alto está, crece la demora,
y en cuanto del ocaso llegue la hora
si no he podido alcanzar la ciudad
mi amigo fiel mi muerte heredará. »
El fragor con furia crece constante
y así una ola tras otra se sucede,
una hora a la siguiente el turno cede,
su angustia ya es coraje delirante,
se arroja audaz al frenesí bramante.
Su brazo férreo hiende el agua, nada
resuelto, y al fin de él un dios se apiada.
Gana la orilla y marcha con premura,
al dios que lo salvó gracias va dando
mas encuentra viles maleantes cuando
en el bosque se interna en la espesura,
cierran el paso y su aliento supura
muerte, impiden seguir al caminante
con curvas porras de aire amenazante.
«¿Qué queréis?» pálido de horror exclama.
«¡Nada poseo salvo mi propia vida
y esta a vuestro rey tengo prometida! »
Y arrebata el mazo al que al lado brama:
«¡Por mi amigo habed piedad! » les reclama,
con tres golpes tremendos lo derriba
y los demás huyen con prisa viva.
Sol lanza fieras brasas sin clemencia,
frente a la interminable adversidad
sus piernas flaquean de debilidad
«Del ruin criminal me libró tu anuencia,
fuiste ante atroz caudal mi providencia
¿y es ahora aquí donde me he de pudrir
dejando a mi probo amigo morir?»
¡Atención! algo bulle cantarín,
cerca de él un cristalino murmullo
le aguza el oído con quedo arrullo;
de entre una roca brota un saltarín
manantial alegre y vivaz sin fin;
al fresco arroyo va inmediatamente
y extingue el fuego de su cuerpo ardiente.
Juguetea el sol por el verde enramado,
pinta la tarde en rutilantes pastos
gigantescas sombras de árboles vastos;
dos viajeros de paso apresurado
se cruzan con premura por su lado.
Consternado les oye comentar:
«No hay vuelta atrás... en la cruz va a expirar.»
Lo espolea una angustia que lo acusa,
el dolor de la conmoción lo hostiga,
pasan los rayos del celeste auriga
entre las almenas de Siracusa
cuando el fiel Filóstratos se le cruza,
de su hogar el custodio leal y honesto,
que ante su amo muestra espantado gesto.
«¡Atrás! Por él nada puedes hacer,
ya es reo de las garras de la muerte,
¡que al menos tu vida corra otra suerte!
Hora tras hora esperó tu volver
sin que su alma diera en desfallecer,
no han podido las mofas del tirano
robar la fe que siente por su hermano.»
«Si acaso fuera demasiado tarde
ya para poder ser su salvador,
únanos la muerte, ese es mi fervor.
Oír que al amigo abandonó un cobarde...
al tirano no admitiré ese alarde.
¡Inmólenos pues a ambos a la vez
para que así vea del amor la prez!»
Llega al portón a la hora del ocaso,
y allí divisa ya erguida la cruz
presidiendo la absorta multitud
con su adorado amigo atado al raso.
Turbado, entre la masa se abre paso:
«¡Verdugo!”, vocea “¡Mátame a mí!
¡Soy yo por quien responde! ¡Heme aquí!»
La muchedumbre observa encandilada,
los dos en fraterno abrazo fundidos
sollozan de alegría y pesar unidos.
Nadie hay sin lágrimas en la mirada,
y al rey la asombrosa nueva es llevada;
le anega una humana emoción y ordena
que ante él vengan los que expiaron su pena.
Los mira absorto de fascinación
y al fin dice: «Triunfasteis finalmente,
me conquistasteis corazón y mente:
la fidelidad no es vacua ilusión.
Como amigo aceptadme, es mi oración,
pues ruego me permitáis lo que quiero:
ser de vuestra eximia hermandad tercero.»