Cae la tarde quieta como un concierto
de voces misteriosas. La pradera
sobrecoge nuestra alma, cual si fuera
un corazón piadoso que ha muerto.
En tanto pensativo va el poeta
por la humilde y sedienta carretera...
Hace alto... se estremece; se dijera
que alguna idea lúgubre le inquieta.
Otea delirante la negrura
que se alza hasta sus pies en el abismo,
el río monologa su locura.
Un segundo... levanta la cabeza
al infinito azul... ¡ya no es el mismo!...
y vuelve a la ciudad con su tristeza