Dejan las aves el nocturno abrigo
de las vecinas y coposas frondas,
y con sus trinos de placer adulan
a la naciente y sonrosada aurora.
Engastadas en nítido rocío,
bellas se ostentan las gentiles rosas,
y envidiando su aroma delicioso,
lucen sus galas las cucardas rojas.
Cerca se escucha el majestuoso ruido
que hacen del mar las bullidoras olas,
y al retirarse, cual de blancas perlas,
con sus espumas las riberas bordan.
¡Oh! ¡Cuánto goza en este cuadro el alma
si lo contempla recogida y sola!
Y Dios parece que al oído le habla
en tan solemne y apacible hora.
Para la mente que inquietud agita,
es lo que fresca, deliciosa copa,
para el enfermo que la fiebre siente,
en sus entrañas y abrasada boca.
Mi amante pecho dilatarse siento
viendo, Señor, de tu poder las obras;
y al contemplarlas con filial confianza,
mi humilde labio tu grandeza adora.