Madre divina del alado niño,
oye mis ruegos, que jamás oíste
otra tan triste lastimosa pena
como la mía.
Baje tu carro desde el alto Olimpo
entre las nubes del sereno cielo,
rápido vuelo traiga tu querida
blanca paloma.
No te detenga con amantes brazos
Marte, que deja su rigor al verte,
ni el que por muerte se llamó tu esposo
sin merecerlo.
Ni las delicias de las sacras mesas,
cuando a los dioses llenos de ambrosía,
alegre brinda Jove con la copa
de Ganimedes.
Ya el eco suena por los altos techos
del noble alcázar, cuyo piso huellas,
lleno de estrellas, de luceros lleno
y tachonado.
Cerca del ara de tu templo, en Pafos,
entre los himnos que tu pueblo dice,
este infelice tu venida aguarda:
baja volando.
Sobre tus aras mis ofrendas pongo,
testigo el pueblo, por mi voz llamado,
y concertado con mi tono el suyo
te llaman madre.
Alzo los ojos al verter el vaso
de leche blanca y el de miel sabrosa;
ciño con rosas, mirtos y jazmines
esta mi frente.
Ya, Venus, miro resplandor celeste
bajar al templo; tu belleza veo;
ya mi deseo coronaste, ¡oh madre,
madre de amores!
Vírgenes tiernas, niños y matronas,
ya Venus llega, vuestra diosa viene;
el aire suene con alegres himnos,
júbilo santo.
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