A vosotros, oh ingenios peregrinos, que allá, del Tormes en la verde orilla, destinados de Apolo, honráis la cuna de las hispáneas musas renacientes; a ti, oh dulce Batilo, y a vosotros, sabio Delio y Liseno, digna gloria y ornamento del pueblo salmantino; desde la playa del ecuóreo Betis Jovino el gijonense os apetece muy colmada salud; aquel Jovino cuyo nombre, hasta ahora retirado de la común noticia, ya resuena por las altas esferas, difundido en himnos de alabanza bien sonantes, merced de vuestros cánticos divinos y vuestra lira al sonoroso acento; salud os apetece en esta carta, que la tierna amistad y la más pura gratitud desde el fondo de su pecho con íntima expresión le van dictando; que pues le niega el hado el dulce gozo de estrechar con sus brazos vuestros pechos, de urbanidad y suave amor henchidos, podrá al menos grabar en estas letras la dulce sensación que en su alma imprime del vuestro amor la tierna remembranza. Y no extrañéis que del eolio canto cansada ya su musa, se convierta al compás lento y numeroso que ama tanto la didascálica poesía; que en vano de su pecho, penetrado del forense rumor, y conmovido al llanto del opreso, de la viuda y el huérfano inocente, presumiera lanzar acentos dulces, ni su lira, otras veces sonora, y hora falta de los trementes armoniosos nervios, al acordado impulso respondiera, ni en fin a los avisos que me dicta tu voz, oh Polimnía, con astuta y blanda inspiración fuera otro verso que el verso parenético oportuno. ¡Ah, mis dulces amigos, cuán ilusos, cuánto de nuestra fama descuidados vivimos! ¡Ay, en cuán profundo sueño yacemos sepultados, mientras corre por sobre nuestras vidas, aguijada del tiempo volador, la edad ligera! ¿Por ventura queremos que nos tope sumidos en tan vil e infame sueño la arrugada vejez, que poco a poco se viene hacia nosotros acercando? ¿O que la muerte pálida sepulte con nosotros también nuestra memoria? Y el hombre a quien el Padre sempiterno ornó con alto ingenio y con espíritu eternal y celeste, ¿estará siempre a escura y muelle vida mancipado, sin recordar su divinal origen ni el alto fin para que fue nacido? ¡Ay, Batilo! ¡Ay, Liseno! ¡Ay, caro Delio! ¡Ay, ay, que os han las magas salmantinas con sus jorguinerías adormido! ¡Ay, que os han infundido el dulce sueño de amor, que tarde o nunca se sacude! No lo dudéis: mis ojos, aún no libres del susto, en un sueño misterioso sus infernales ritos penetraron. ¿Contárosle he? ¿Qué numen me arrebata y fuerza a traspasar de mis amigos el tierno corazón? Acorre ¡oh diva!, y pues mi voz, a tu mandar atenta, renueva en triste canto la memoria del infando dolor, acorre, y alza con soplo divinal mi flaco aliento. Yacen del Tormes a la orilla, ocultos entre ruinas, los restos venerables de un templo, frecuentado en otros siglos por la devota gente salmantina, mas hora sólo de agoreros búhos y medrosas lechuzas habitado. La amenidad huyó de aquel recinto, y sólo en torno de él dañosas yerbas crecen, y altos y fúnebres cipreses. Aquí su infame junta celebraron las Lamias. ¡Oh, si fuera poderosa mi voz de describirla y dar al mundo cuenta de sus misterios nunca oídos! En la mitad de su carrera andaba la noche, y ya su manto tenebroso cubría en torno el soñoliento mundo; todo era oscuridad, que hasta la luna su blanca faz del cielo retirara por no ver el nefando sortilegio, y el horror y el silencio más medroso hacían el imperio de las sombras; cuando desde una puerta del palacio del Sueño un negro ensueño desprendido llegó de un vuelo adonde yo yacía. Con la siniestra suya asió mi mano, y con medrosa voz: «Jovino, dice, ven y verás el duro encantamiento que prepara la Envidia a tus amigos. Ven, y si en tal ejemplo no escarmientas, ¡triste de ti, mezquino!» Dijo, y luego sobre sus negras alas me condujo por medio de las sombras hasta el pórtico del arruinado templo. No bien hube llegado, cuando asidas de las manos, siete horrendas figuras parecieron desnudas, y de hediondas confecciones ungido el sucio cuerpo. Presidenta del congreso infernal la fiera Envidia venía, de serpientes coronada la frente, triste, airada, desdeñosa, y de los Celos y el Rencor seguida. En medio del silencio un gran suspiro lanzó del hondo pecho, y revolviendo la sesga vista en torno: «Nunca tanto, dijo, de vuestro auxilio y vuestras artes necesité, oh amigas, ni tan fiero, ni tan grave dolor clavó algún día en mi sensible corazón su punta. ¡Oh, si capaz de aniquilar el orbe fuese la llama atroz que le devora! Tres celebrados nombres (y con rabia Batilo pronunció su torpe boca, Delio y Liseno) por el ancho mundo va esparciendo la Fama, mi enemiga. Su trompa los proclama en todas partes, y ya a más alto vuelo preparada, si no la enmudecemos, estos nombres serán muy luego alzados a las nubes, y sonarán del uno al otro polo. Febo los patrocina, y no le es dado a mi flaco poder mancharlos; pero se rendirán al vuestro, si adormidos en blando amor…». No bien tan fiera idea cayó del sucio labio, cuando en torno del demolido templo en raudos giros dio el maléfico coro siete vueltas. Después alternativas susurraron muchos versos de ensalmo, con palabras de mágico vigor y rabia henchidas, a cuya fuerza desde la honda entraña de la tierra salieron redivivos los fríos huesos, que de luengos días, del humanal vestido ya desnudos, allí dormían. ¡Ay, cuán prestamente en los hambrientos dientes de la Envidia los vi yo triturados, y en sus manos a leve y sucio polvo reducidos…! En esto hacia los ángulos internos del templo corren las malignas sagas, y del sombrío suelo mil dañosas plantas recogen con siniestra mano y misteriosos ritos arrancadas. También allí prestó la cruda Envidia su auxilio, y en sus palmas estrujando las hojas y raíces, hizo luego que destilasen los dañosos jugos cuanta virtud en ellos se escondía. El zumo de la fría adormidera, cortada su cabeza al horizonte, que infunde a veces el eterno sueño; el de la yerba mora, que altamente el cerebro perturba; el hyosciamo, y el coagulante jugo que destilan, heridas, las raíces misteriosas de la fría mandrágula, allí fueron diestramente extraídos, y con nuevo ensalmo derramados sobre el polvo de los humanos huesos. Mientras una de las sagas volvía y revolvía el preparado adormeciente lodo, sacó la Envidia del cuidoso pecho tres relucientes nóminas, con rasgos de roja y venenosa tinta escritas. ¡Ah, no creáis, amigos, que mi pluma os pretenda engañar! Mis propios ojos, en tierno llanto entonces anegados, vieron ¡oh maravilla! los tres nombres, los dulces nombres de Ciparis bella, de Julinda y de Mirta la divina, que estaban allí escritos. Y cual suele –si tiene tal prodigio semejante– brillar con propia luz en noche oscura la lienide purpúrea, que en su rumbo suspende al receloso caminante, así en la oscuridad resplandecían los tres amados nombres. Entre tanto mi corazón absorto palpitaba de pasmo y de temor. La Envidia entonces, dividiendo en pedazos muy menudos las esplendentes nóminas, de esta arte habló a sus compañeras: «Consumemos ¡oh amigas! nuestra obra, y estos nombres, adorados de Delio y sus secuaces, a la maligna confección mezclemos. Su virtud penetrante, aun más activa que los venenos mismos, irá recta- mente a iludir sus tiernos corazones; y a blando amor eternamente dados, la vida pasarán adormecidos, y morirán sin gloria». Dijo, y luego mezcló los rutilantes caracteres al cruel maleficio, e infundioles nuevo vigor con su maligno soplo. Repitieron las brujas el susurro sobre la masa ponzoñosa, y dieron alegre fin a la perversa junta. Yo en tanto, lleno de dolor, enviaba del hondo pecho a Apolo ardientes votos. «Brillante Dios, decía, si la gloria de tan dignos alumnos interesa tu pía omnipotencia en favor suyo, ¡ah, destruye la fuerza venenosa del duro encantamiento, y de la infamia y de la eterna oscuridad redime los nombres que otra vez has protegido! ¡Desata el preparado encantamiento, y sálvalos, oh Dios, para que eterna- mente suba a tu trono el dulce acento de su lira, en cantares eucarísticos gratamente empleada!». Aquí llegaba el bien sentido ruego, que sin duda oyó piadoso el numen, porque al punto descendió un resplandor desde lo alto, al meridiano sol muy semejante, que iluminando el pavimento umbrío, al golpe de su luz postró a la Envidia y a sus viles ministras, y arrojolas precipitadas hasta el hondo abismo. ¿Será estéril, oh amigos, de este ensueño el misterioso anuncio? ¿Siempre, siempre dará el amor materia a nuestros cantos? ¡De cuántas dignas obras, ay, privamos a la futura edad por una dulce pasajera ilusión, por una gloria frágil y deleznable, que nos roba de otra gloria inmortal el alto premio! No, amigos, no; guiados por la suerte a más nobles objetos, recorramos en el afán poético materias dignas de una memoria perdurable. Y pues que no me es dado que presuma alcanzar por mis versos alto nombre, dejadme al menos en tan noble empeño la gloria de guiar por la ardua senda que va a la eterna fama, vuestros pasos. Ea, facundo Delio, tú, a quien siempre Minerva asiste al lado, sus; asocia tu musa a la moral filosofía, y canta las virtudes inocentes que hacen al hombre justo y le conducen a eterna bienandanza. Canta luego los estragos del vicio, y con urgente voz descubre a los míseros mortales su apariencia engañosa, y el veneno que esconde, y los desvía dulcemente del buen sendero, y lleva al precipicio. Después con grave estilo ensalza al cielo la santa religión de allá abajada, y canta su alto origen, sus eternos fundamentos, el celo inextinguible, la fe, las maravillas estupendas, los tormentos, las cárceles y muertes de sus propagadores, y con tono victorioso concluye y enmudece al sacrílego error y sus fautores. Y tú, ardiente Batilo, del Meonio cantor émulo insigne, arroja a un lado el caramillo pastoril, y aplica a tus dorados labios la sonante trompa, para entonar ilustres hechos. Sean tu objeto los héroes españoles, las guerras, las victorias y el sangriento furor de Marte. Dinos el glorioso incendio de Sagunto, por la furia de Aníbal atizado, o de Numancia, terror del Capitolio, las cenizas. Canta después el brazo omnipotente, que desde el hondo asiento hasta la cumbre conmueve el monte Auseva y le desploma sobre la hueste berberisca y suban por tu verso a la esfera cristalina los triunfos de Pelayo y su renombre, las hazañas, las lides, las victorias que al imperio de Carlos, casi inmenso, y al Evangelio santo un nuevo mundo más pingüe y opulento sujetaron. Canta también el inmortal renombre del héroe metellímneo, a quien más gloria que al bravo macedón debió la Fama. O en fin, la furia canta y las facciones de la guerra civil que el pueblo hispano alió y opuso al alemán soberbio. Dirás el golfo catalán en furia contra Luis y su nieto, los leopardos vencidos en Brihuega, y los sangrientos campos de Almansa, do cortó a Filipo sus mejores laureles la Victoria. La empresa que a tu pluma reservada queda, oh caro Liseno, ¡ah, cuán difícil es de acabar, cuán ardua! Mas ya es tiempo de proscribir los vicios indecentes que manchan nuestra escena. ¡Cuánto, oh cuánto la gloria de la patria se interesa en este empeño! Triunfan mil enormes vicios sobre el proscenio, y la ufanía, el falso pundonor, el duelo, el rapto, los ocultos y torpes amoríos, contra el desvelo paternal fraguados, y todas las pasiones son impune- mente sobre las tablas exaltadas. Despierta, pues, oh amigo, y levantado sobre el coturno trágico, los hechos sublimes y virtuosos, y los casos lastimeros al mundo representa. Ensalza la virtud, persigue el vicio, y por medio del susto y de la lástima purga los corazones. Vea la escena al inmortal Guzmán, segundo Bruto, inmolando la sangre de su hijo, de su inocente hijo, al amor patrio… ¡Oh espíritu varonil! ¡Oh patria! ¡Oh siglos, en héroes y altos hechos muy fecundos! Vuestro auxilio también en esta empresa imploro, oh mi Batilo, oh sabio Delio. ¡Ah, vea alguna vez el pueblo hispano en sus tablas los héroes indígenas y las virtudes patrias bien loadas! Bajar podréis también al zueco humilde, y describir con gesto y voz picantes las costumbres domésticas, sus vicios y sus extravagancias… Pero, ¿dónde encontraréis modelos? Ni la Grecia, ni el pueblo ausonio, ni la docta Francia han sabido formarlos. Reina en todos el vicio licencioso y la impudencia. Mas cabe el ancha vía hay una trocha, hasta ahora no seguida, do las burlas y el chiste nacional yacen en uno con la modestia y el decoro aliados. Seguid, pues, este rumbo. ¡Qué tesoros descubriréis en él! ¡Será el teatro escuela de costumbres inocentes, de honor y de virtud! Será… Mas, ¿dónde del bien común el celo me arrebata? ¡Ah, si su llama alcanza a vuestro pecho, de los trabajos vuestros cuán opimos frutos debo esperar! ¡Y cuánta gloria estará en otros siglos reservada al celo de Jovino, si esta insigne, si esta dichosa conversión, que tristes y llenas de rubor tanto ha que anhelan las musas españolas, fuese el fruto de sus avisos dulces y amigables!
A sus amigos de Salamanca
Collection:
1764
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