¡Otra, otra infortunada,
Ya cansada de vivir!
Importuna despechada
Que por fin logró morir.
Recogedla con blandura,
Con gentil solicitud.
¡Cuan delgada! Su figura
Cuenta aún su desventura,
Su belleza y juventud.
Como al niño los pañales,
Como lienzos funerales
Se le adhiere el casto traje,
Do aun gotea el oleaje
Del naufragio del dolor.
¡Recogedla sin ultraje!
¡Recogedla con amor!
¡Ni una burla, ni un agravio
Le hagan mente, ó tacto, ó labio!
Pensad de ella como hermanos,
Como débiles humanos;
Pensad sólo en sus angustias
Y sus manchas olvidad.
¿Qué hay en esas formas mustias
Que no implore caridad?
No hagáis honda, cruel pesquisa
Del conflicto que insumisa
La encontró con el deber;
Ya la muerte en su torrente
Llevó el fango, y solamente
Queda el oro de su sér.
¡Sus errores, sus deslices
Son de tantas infelices!
¡Hijas de Eva!... su contagio
Desvalida la encontró.
Por la herencia que nos toca
Enjugad en esa boca
Las espumas del naufragio...
Trago acerbo, pero el último
Que el amor le presentó.
¡Ricos eran sus cabellos!
Componedlos cual solía
Cuando, mísera, esperaba
Y creía en el amor.
¡Ah! decidnos, gajos bellos,
¿Dó está el peine que os peinaba,
Dó el humilde tocador?
¿Quién sus padres nos diría?
¿Tuvo hermana? ¿tuvo hermano?
¿O uno acaso más cercano
Y más caro todavía?
¡Ah, en el mundo cuánto es rara
La cristiana caridad!
¡Oh gran lástima! ¡oh avara
Inhumana humanidad!
¡Que á una víctima indefensa
Falte hogar en esta inmensa
Babilónica ciudad!
¿Ya no hav padres, no hay hermanos?
¿Ya no hay vínculos humanos?
¿Reina, pues, la indiferencia
Y el amor se desterró?
¿Y aun la santa Providencia
A su grey desamparó?
Desde aquí tal vez la mísera
Al nocturno cierzo impío,
Recorría tantas lámparas
Que refleja el ancho río,
Y la tibia luz de innúmeras
Galerías y ventanas
Que pintaban en su espíritu,
Tras de velos y persianas,
Cada cual la paz y el júbilo
De un amor y de un hogar;
¡Mientras ella, aislada y huérfana,
No tenía más que lágrimas
Y ni dónde ir á llorar!
Y la endeble criatura
Tiritaba de hambre y frío,
No de histérica pavura,
¡Al mirar de tanta altura
Relumbrar siniestro el río!
Ya palpaba los dolores,
No sus duendes y terrores;
Ya sabía el cuento serio
Que la vida le enseñó;
Y tentábale el misterio
Que la fácil muerte esconde;
El transporte de lanzarse,
De exhalarse en un segundo
Para ir.... ¿qué importa á dónde?
¡Fuera! ¡fuera de este mundo!
Y esa idea devolvió
A su labio la sonrisa;
Dióse prisa, y se lanzó.
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Vén, alegre libertino,
A mirarte en esta escena
Que ameniza tu camino
Por el Támesis ó el Sena.
Vén, recoge tus laureles,
Y regálate cual sueles
En el baño y el festín.
¡Brínda, y bebe sin espanto
De esa espuma y sangre y llanto
Con que riegas tu jardín!
¡Recogedla con blandura,
Con gentil solicitud!
¡Cuán delgada! Su figura
Cuenta aún su desventura,
Su belleza y juventud.
Componed sus miembros frígidos
Con esmero casto y pulcro
Antes, antes de que rígidos
Se rebelen al sepulcro,
Y que al menos en su fosa
Paz y abrigo se les dé.
Y cerradle luégo, luégo,
Esos ojos ya sin juego,
Que parecen los de un ciego
Que nos mira y no nos ve;
Porque allí quedó clavada
Sólo esa última mirada
Con que ansiosa y acosada
A abrazar la muerte fué.
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¡Triste fin de una existencia
Aun más triste! En su demencia
La empujaron al abismo
La crueldad del egoísmo
Y la afrenta de su error.
Débil fué, mas no inocente.
Cruzad, pues, humildemente
Sus dos manos sobre el pecho,
Cual si orara sin despecho
Silenciosa y reverente;
¡Y delito y delincuente
Dejad ambos al Señor!
R. Pombo.
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